El presidente de Brasil se ha convertido en el líder indiscutible de América Latina y una referencia para todos los políticos. Brasil ha pagado este año toda su deuda, crece a buen ritmo y se ha llevado los juegos 2016.
Por José Luis Rodríguez Zapatero
Este es un hombre cabal y tenaz, por el que siento una profunda admiración. Lo conocí en septiembre de 2004, tras la incorporación de España a la Alianza contra el Hambre que él lideraba, en una cumbre organizada por Naciones Unidas en Nueva York. No podía haber sido mejor la ocasión.
Luiz Inácio Lula da Silva es el séptimo de los ocho hijos de una pareja de labradores analfabetos, que vivieron el hambre y la miseria en la zona más pobre del estado brasileño nororiental de Pernambuco.
Tuvo que simultanear sus estudios con el desempeño de los más variopintos trabajos y se vio obligado a dejar la escuela, con tan solo 14 años, para trabajar en la planta de una empresa siderometalúrgica dedicada a la producción de tornillos. En 1968, en plena dictadura militar, dio un paso que marcó su vida: afiliarse al Sindicato de Metalúrgicos de Sao Bernardo do Campo y Diadema.
De la mano de este hombre, siguiendo el sendero abierto por su predecesor en la Presidencia, Fernando Henrique Cardoso, Brasil, en apenas 16 años, ha dejado de ser el país de un futuro que nunca llegaba para convertirse en una formidable realidad, con un brillante porvenir, y una proyección global y regional cada vez más relevante. Por fin, el mundo se ha dado cuenta de que Brasil es muchísimo más que carnaval, fútbol y playas. Es uno de los países emergentes que cuenta con una democracia consolidada, y está llamado a desempeñar en las décadas siguientes un creciente liderazgo político y económico en el mundo, tal y como ya viene haciendo en América Latina, con notable acierto.
Lula tiene el inmenso mérito de haber unido a la sociedad brasileña en torno a una reforma tan ambiciosa como tranquila. Está sabiendo, sobre todo, afrontar, con determinación y eficacia, los retos de la desigualdad, la pobreza y la violencia, que tanto han lastrado la historia reciente del país. Como consecuencia de ello, su liderazgo goza hoy en Brasil del respaldo y del aprecio mayoritarios, pero mucho más importante aún es la irreversible aceptación social de que todos los brasileños tienen derecho a la dignidad y la autoestima, por medio del trabajo, la educación y la salud.
Superando adversidades de todo orden, Lula ha recorrido con éxito ese largo y difícil camino, que va desde el interés particular, en defensa de los derechos sindicales de los trabajadores, al interés general del país más poblado y extenso del continente suramericano. Sin dejar de ser Lula, en esa larga marcha ha conseguido, además, ilusionar a muchos millones de sus conciudadanos, en especial aquellos más humillados y ofendidos por el azote secular de la miseria, proporcionándoles los medios materiales para empezar a escapar de las secuelas de ese círculo vicioso.
Al mismo tiempo, en los siete años de su presidencia, Brasil se ha ganado la confianza de los mercados financieros internacionales, que valoran la solvencia de su gestión, la capacidad creciente de atraer inversiones directas, como las efectuadas por varias compañías españolas, y el rigor con que ha gestionado las cuentas públicas. El resultado es una economía que crece a un ritmo del 5% anual, que ha resistido los embates de la recesión mundial y está saliendo más fortalecida de la crisis.
Tras convertirse en el presidente que accedía al cargo con un mayor respaldo electoral, en su cuarto intento por lograrlo, Lula manifestó que es inaceptable un orden económico en el que pocos pueden comer cinco veces al día y muchos quedan sin saber si lograrán comer al menos una. Y apostilló, “si al final de su mandato los brasileños pueden desayunar, almorzar y cenar cada día, entonces habré realizado la misión de mi vida”.
En ese empeño sigue este hombre honesto, integro, voluntarioso y admirable, convertido en una referencia inexcusable para la izquierda del continente americano al sur de Río Grande. Tiene una visión del socialismo democrático que pone el acento en la inclusión social y en la justicia medioambiental para hacer posible una sociedad más justa, decente, fraterna y solidaria.
Brasil ocupará pronto un lugar en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, está a punto de convertirse en toda una potencia energética y en 2014 albergará el Campeonato Mundial de Fútbol. La última vez que nos vimos fue en Copenhague. Lula lloraba de felicidad, como un niño grande, porque Río de Janeiro acababa de ser elegida ciudad organizadora de los Juegos Olímpicos de 2016. La euforia que le inundaba no le impidió tener el temple necesario para venir a consolarme porque Madrid no había sido elegida y fundirnos en un abrazo.
A mí no me extraña nada que este hombre asombre al mundo.
José Luis Rodríguez Zapatero es presidente del Gobierno español. Fotografía de Alex Majoli
Icono nacional
Por Julio María Sanguinetti
Brasil ha sido históricamente formado y conducido desde una lúcida élite, primero portuguesa, que logra mantener unido su vasto territorio en el momento de la independencia, y más tarde brasileña, que gobernó los últimos 200 años. A ella pertenecen aún los gobernantes más populares como Getulio Vargas, Juscelino Kubitschek o Fernando Henrique Cardoso. El primero ajeno a esos núcleos de poder económico o intelectual es el presidente Lula, quien –al tener éxito en su gestión– termina transformándose en un icono nacional, como lo es Pelé en el deporte. Su figura trasciende el debate y la competencia política; se ubica más allá de la coyuntura.
El concepto anterior no arrastra un juicio tan laudatorio para con su Gobierno. No hay duda de que Brasil ha crecido y ha mejorado sus indicadores básicos. Del mismo modo, el mundo entero considera a Brasil el referente latinoamericano por excelencia, y en ello el aporte presidencial ha sido decisivo. Sin embargo, no puede ignorarse el nivel de desigualdad social persistente, las vastas zonas de marginación y violencia que afectan sus grandes ciudades o el insuficiente rendimiento de su sistema educativo. Hay mejoras, pero no en el nivel deseable tras los cinco años fabulosos del comercio internacional (2003-2008). Ni aun la corrupción administrativa podría afirmarse que haya disminuido de verdad.
La cuestión es que Lula trasciende esas discusiones. Está más allá de ellas. Lo negativo ni le roza. En cambio, su presencia le ha dado optimismo al país, le ha fortalecido en la convicción de que ya no es el siempre prometido “país del futuro”, sino una gran potencia del hoy. Este obrero metalúrgico paulista venido del pobre y lejano noreste ha marcado un antes y un después.
Cualquiera que sea su futuro, ya ha hecho historia.
Julio María Sanguinetti fue presidente de la República de Uruguay.
Fonte: El Pais
Nenhum comentário:
Postar um comentário